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Artículo semanal por Bautista Carro

Sep 19, 2024

Representación, jerarquía y disciplina.

Inquietudes del sistema de partidos en Argentina.

 

Por Bautista Carro

16/9/2024

 

El 15 de septiembre fue el Día Internacional de la Democracia. Es, a decir verdad, un concepto tan utilizado como desgastado. En su base, implica que la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce -como es el caso argentino- por medio de representantes. No por nada el artículo 22 de nuestra Constitución Nacional expresa: “el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades”. Ahora bien, después de una afirmación de tal trascendencia, le sigue una pregunta no menos relevante… ¿Qué es lo que verdaderamente representa un representante? 

 

Si bien es una discusión que abarca pasado, presente y futuro, en los últimos meses los eventos de la esfera política argentina muestran una dicotomía entre aspectos fundamentales en nuestro sistema de partidos. Dos ideas -que en teoría son una misma- chocan entre sí: ¿los representantes deben obrar como el partido (o la cabeza del partido) se lo demanda? ¿O tienen el poder para tomar decisiones contrarias en virtud de, como marca nuestra Carta Magna, estar “representando al pueblo”? ¿Debe imperar la disciplina partidaria, donde los miembros apoyan las políticas de su partido, o por el contrario, el rol de representación que marca la esencia propia de un legislador? No es la primera vez que surge una duda como ésta y tampoco será la última. Sin embargo, hechos recientes en el Congreso Nacional nos plantean nuevamente la tarea de ir un paso más allá en nuestros interrogantes. 

 

Vamos por partes. Uno de los muchos indicios de esta disyuntiva está en el propio oficialismo. El senador nacional de La Libertad Avanza, Francisco Paoltroni, alzó la bandera de la rebelión en el partido con su oposición a la propuesta de Ariel Lijo como nuevo integrante de la Corte Suprema, contradiciendo así a su jefe, y presidente, Javier Milei. De hecho, Paoltroni fue varios pasos más allá: hizo públicas sus diferencias (fue más criticado internamente por esto que por su postura anti-Lijo), desafió al asesor Santiago Caputo, figura pilar en el gobierno, y le pidió al presidente que baje la candidatura del juez para “salvaguardar la calidad institucional”, lo que sea que eso signifique para el senador díscolo. La respuesta fue contundente: una semana después, el bloque libertario en el Senado comandado por Ezequiel Atauche lo expulsó de forma unánime del bloque.

 

Paoltroni no fue el primero en generar discordia. El “canario en la mina” ya había sido el diputado nacional Oscar Zago, quien era, hace tan solo seis meses, el jefe del bloque oficialista en la Cámara. Poco duró en el cargo luego de cruzar a la hermana del presidente, Karina Milei, y al presidente de Diputados, Martín Menem, por la presidencia de la Comisión de Juicio Político. Las disidencias se pagan, y, aunque argumenta que no dejará de apoyar a Javier Milei, Zago formó su propio interbloque, el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID).

  

Volvamos nuevamente al presente. Si algo están mostrando los integrantes de La Libertad Avanza es consistencia en disentir internamente. Así fue como la diputada nacional Lourdes Arrieta denunció a miembros de su propio bloque luego de la pésima repercusión social de la visita a represores militares presos en Ezeiza.

 

Arrieta, a diferencia de los dos anteriores, tomó una decisión distinta. Filtró información de las visitas, dio los nombres de los legisladores oficialistas involucrados y renunció al bloque, armando uno propio: Fuerzas del Cielo - Espacio liberal (FCE), que seguirá acompañando al presidente (a quien le quitó responsabilidad de los sucesos en Ezeiza), pero lejos del resto de sus ex compañeros. Y, si son ciertos los rumores, las diputadas Rocío Bonacci y Marcela Pagano -de La Libertad Avanza, obviamente- podrían llegar a seguir los pasos de Arrieta en los próximos días. Malas noticias para un partido que no requiere hasta el último voto posible dentro del Congreso. 

 

Como vemos, la idea de una línea de mando uniforme, con una bajada clara, y funcionarios que la acaten y tomen como propia, es cuanto menos una utopía para “Las Fuerzas del Cielo”. Ahora bien, el oficialismo no es un caso aislado dentro de nuestro contexto político. Como dice la famosa expresión, “en todos lados se cuecen habas”.

 

Mientras que La Libertad Avanza es un partido político surgido como tal el año pasado, la Unión Cívica Radical (UCR) es otro cantar. Retrocedamos un poco. Días atrás, Milei vetó la reforma de la fórmula jubilatoria que había sido aprobada por el Congreso. Como dicta la ley argentina, una vez vetado el proyecto por el Ejecutivo, éste debía ser devuelto a la Cámara de Diputados, que podía insistir pero sólo si lograba dos tercios de los votos presentes. A la hora de la votación, si bien el proyecto obtuvo 153 votos a favor de insistir, frente a 87 negativos y 8 abstenciones, no se alcanzó el número necesario, lo que le dió la victoria al oficialismo.

 

Hasta acá podría tratarse de una situación normal dentro del ámbito legislativo. Conseguir dos tercios de una Cámara no es una tarea sencilla. La cuestión está, sin embargo, entre los diputados que votaron en contra de la insistencia. Entre los 87 se encontraban cinco radicales: Martín Arjol, Luis Picat, Mariano Campero, Pablo Cervi y José Tournier. ¿Qué fue lo que cambió? Seguramente algo tendrá que ver con que Javier Milei se reunió con estos mismos cinco radicales antes de la votación, quienes terminaron por comprometerse con el veto a la ley jubilatoria, incluso después de haber votado y expuesto a favor de la reforma en junio. El resto de la UCR, no obstante, mantuvo su rechazo al veto.

 

Con varias críticas y acusaciones al interior del partido, dos días después la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical declaró que impulsará "la suspensión preventiva de la afiliación" de los diputados, por pedido de sus pares al presidente del bloque, Rodrigo de Loredo. Y, al igual que La Libertad Avanza, este no fue el único caso de “fisuras” para la UCR. Ya en junio, el titular del partido, el senador Martín Lousteau, fue el único radical que votó en contra de la Ley Bases, a contramano del resto del partido que encabeza. Que existan diferencias entre aquellos que ocupan las bancas de un mismo bloque es algo normal. Esperable, incluso, para los partidos de mayor envergadura. Pero que el presidente de un partido institucionalizado, histórico y federal, vote de forma totalmente opuesta a aquellos a quienes se dice liderar es, como mínimo, preocupante para cualquier entidad que aspire a competir en la arena partidaria.

 

Por años, una de las principales metáforas utilizadas para describir las divisiones del escenario político argentino fue la de la “grieta”. Hoy, no obstante, no es una grieta lo que prolifera: son fisuras internas. La grieta, como tal, llegó al corazón de los partidos establecidos, sin importar procedencia. Los lineamientos que, se supone, deben cimentar la base de una organización partidaria se han tornado endebles, abstractos, o peor, discutibles. A esto, además, se le suma otro ingrediente no menos importante: el desencanto total de la sociedad con el funcionario tradicional, con el político de raza, o como está moda, “con la casta”. Extraño es que un “representante” esté tan predispuesto a discutir y antagonizar con su propio partido y sus compañeros, teniendo en cuenta que, además de rechazo, existen muchas posibilidades de que un ciudadano no pueda nombrar tres diputados del partido al que votó en las elecciones pasadas.

 

La idea de lograr una “disciplina partidaria” es cada día más difícil. Hoy, los partidos políticos comienzan a ser tomados por sus integrantes como poco más que una especie de transporte: los llevan a donde querés ir y cuando llegan a su destino, se bajan y lo abandonan. Ya vendrá otro que los vuelva a llevar.